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LA TUSA DE AMOR

LA TUSA DE AMOR

  

MAL DE AMORES

Para nadie es un secreto que absolutamente todos hemos sido victimas de las famosas “tusas”, a las cuales los colombianos llaman una pena de amor. “El Mal de Amores es esa condición terrible de estar enamorado pero con despecho, loco pero sin ser correspondido. Superar esta traga maluca no es fácil, no lo sueñes. Aquí sólo encontrarás inútiles remedios y bálsamos para esta angustiante enfermedad, que usualmente viene acompañada de depresiones, melancolía, borracheras, resacas y otros excesos”. Dice la doctora Ivonne en su página http://tengomaldeamores.blogspot.com/ Este es, por fin, uno de los mejores análisis del Mal de Amores que jamás haya leído. Lo escribió el filósofo, docente, ensayista uruguayo y etc. Sandio Núñez y es de verdad, una de las cosas más lúcidas que hay sobre el tema. SECRETOS DEL CORAZON:El mal de amores es wertheriano. Es una máquina narrativa dolorosa, con final infeliz, entre un narcisista y un obsesivo. El objeto amado se escabulle, se esconde, juega a la indiferencia, aparece y desaparece en un horizonte imposible. Es impenetrable y hermoso. Irreal, como la ruina tibetana. Mientras, del otro lado, la otra pieza de esa máquina asfixiante, yo sufro, yo lloro, yo me afeo, yo me muero. Esta máquina es animofágica. La belleza del otro, mágica crueldad, parece alimentarse y crecer de mi propia energía, de mi espíritu. Mientras el otro embellece yo voy perdiendo compostura. Las lágrimas se van llevando mi maquillaje (incluyendo cualquier postura muscular facial, cualquier pose). Finalmente, pierdo, real y definitivamente, todo maquillaje, todo tono muscular, toda compostura -me muero. Mi afeamiento, así, parece ser una especie de desnudamiento, grotesco strip tease, pérdida de maquillajes y prótesis. Ni bien el amor (o el mal de amor) me altera, también me abisma, me ensimisma, me inventa un alma. Me hace escritor, onanista, me aburguesa. Cuando me enamoro, también, en algún momento, necesito espacio. Quiero estar solo, reflexionar, escribir, decir Yo. Decir "yo sufro" me hace sufrir menos. O pone a mi sufrimiento, por lo menos, al alcance de una cultura, de sus juegos y sus negociaciones, de sus protocolos discursivos. Decir "Yo te amo" hace, automáticamente, que la locura peligrosa y voluble del amor, adopte las formas religiosas de la confesión, o, lo que es más o menos lo mismo, las formas estéticas de la poesía. El enamorado nunca duerme, nunca descansa. La posesión del objeto amado puede no ser solamente la clausura de un drama (el del amor no correspondido, el de la soledad barullenta y tormentosa, el de la búsqueda), sino que puede ser, y con frecuencia lo es, el comienzo de una tragedia: la de los celos, la de la paranoia, la de la obsesión. El celoso, el paranoico, descentrado, volcado masivamente hacia la exterioridad, incesantemente atento a las tormentas cotidianas de la distracción, las negligencias, los descuidos, las torpezas, o, a veces, las crueldades de lo amado (en realidad, para él, todo, en el objeto amado, son crueldades), no dice Yo, no puede decir Yo, a no ser desplazado en formas dativas, acusativas o posesivas (a mí, de mí, mío, mi amor). Nada, lo que se dice nada, podrá satisfacer al enamorado. Él es su sufrimiento.

 

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